martes, 25 de marzo de 2014

1.- HISTORIA DE GATO Y MANCHA


“El 23 de abril de 1925, por la mañana temprano, dejé mi hotel de la calle Reconquista (el “Universelle”, que ya no existe) y me dirigí a las instalaciones de la Sociedad Rural, acompañado por mi perro, que parecía husmear el desastre y debió ser atado a un cordel para que me acompañase. Los inconvenientes comenzaron temprano; los caballos se oponían tenazmente a ser ensillados…” Así comenzó años más tarde el primer capítulo de sus memorias, Aimé Félix Tschiffely, el protagonista de una hazaña no superada hasta el presente: unir a caballo las tres Américas, recorriendo para ello…. ¡alrededor de 21.500 kilómetros!
Tschiffely contaba entonces, 29 años. Había nacido en Berna el 7 de mayo de 1895. Después de haber concluido su educación en Suiza, su país de origen, estuvo en Inglaterra y luego se dirigió a la Argentina, donde por espacio de nueve años enseñó idiomas en el Saint George’s College, de Quilmes, provincia de Buenos Aires.
Hasta ese entonces su vida se deslizó dentro de una singular normalidad y tan sólo los paseos de domingo, cabalgando algún caballo del lugar rompían la monotonía de su vida, consagrada enteramente a la enseñanza. Más, un espíritu emprendedor y dinámico, cual era el suyo, poco tiempo habría de permanecer sujeto a la monótona vida del colegio. Y así fue generando la idea de “la gran aventura”.
Después de varias tentativas frustradas, se dirigió una tarde a la redacción del diario “La Nación”, de la Capital, solicitando una entrevista con el doctor Osvaldo Peró, por entonces “técnico, periodista, escultor y sobre todo muy gaucho”, como él mismo lo definió años más tarde. Por intermedio del doctor Peró, conoció en seguida al doctor Emilio Solanet, amigo y colega de aquél, dueño de la estancia “El Cardal”, cerca de Ayacucho, en la provincia de Buenos Aires.
Entusiasta cultor de la crianza del caballo criollo, el doctor Solanet no pudo menos que extrañarse ante el raro pedido suyo:
-¿Adónde quiere ir?…
-A Nueva York, doctor –y de no haber sido por la seriedad del personaje, aquel hombre hubiera tomado a broma lo que se le solicitaba. Y allí mismo, lo invitó a pasar al corral.
Tschiffely reconocía en el doctor Solanet a una verdadera autoridad en materia equina. Había seguido toda su actuación en defensa del caballo, recordando que en una charla pronunciada en la Facultad de Agronomía y Veterinaria, los méritos del “criollo” habían sido largamente ponderados por él. Expuso allí Solanet que cien, doscientas leguas y más aún, fueron cubiertas durante meses por los bravos caballos criollos durante la Guerra de la Emancipación y, cómo después de cargas victoriosas, su alimentación alcanzó tan sólo a lo que podían encontrar. Aquellos nobles productos habían soportado el abrasante sol del desierto y los hielos, con verdadero estoicismo y las muestras de esos sacrificios merecieron que el doctor Solanet –en función de cabañero- dedicara ahora todos sus desvelos a criarlos.

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