lunes, 19 de mayo de 2014

4.- HISTORIA DE GATO Y MANCHA



Al recorrer estas latitudes, el andar se hizo enteramente penoso. Un día de marcha era compensado con dos de descanso, o tal vez más, a causa de la aridez de los caminos y los constantes desiertos. Las noches lo sorprenderían pidiendo albergue en calabozos de comisarías, de los que el “infatigable” suizo, anotó frases como esta: “El bueno y patriota ciudadano peruano Pedro Alvarez, sufrió hambre y lloró aquí durante seis meses”. En otra oportunidad, acampó en un cementerio y de allí, de una de las tumbas que le sirvieron de almohada, registró esto: “Aquí yacen los huesos de XX, que era un buen hombre, pero mal peleador”.
Al llegar a Olmos, después de evitar el desierto de Sechura, pernoctó en otra comisaría. Las muchas historias que había oído, referidas a bandidos, mortandad y hambre, a pesar de no resultarle nuevas, no las vivió. Sin embargo –contó años más tarde- la única molestia que soportó durante la noche que pasó en Olmos, fue la de numerosas ratas, una de las cuales le mordió una oreja.
La región montañosa del Ecuador, fue la escala siguiente en el itinerario del maestro. A esta altura del relato, cabe consignar que la importancia dada por el periodismote nuestro país a la aventura, fue realmente escasa. Algunos diario solamente se limitaron a reproducir cables de este tenor: “Llegó Tschiffely”, “Partió Tschiffely”, agregando a ello, el nombre del país de donde provenía la información.
Contrariamente con ello, las recepciones en los distintos puntos que tocaba, iban siendo más numerosas a medida que el tiempo transcurría, aumentando la magnitud de su hazaña.
En la región montañosa del Ecuador, conoció Tschiffely la historia de los indios jíbaros, que descarnadamente pintó años después en su libro:

“Habitan en el interior y son de un tipo distinto a los “runas”, que en su mayoría son agricultores o trabajan como albañiles, barrenderos, etc. A los jíbaros se les llama a veces “cazadores de cabezas”, pero la mayor parte de las historias que corren acerca de su ferocidad y crueldad es invención de viajeros y escritores que se sirven más de la imaginación que del conocimiento de los hechos. Cuando el jíbaro mata a un enemigo, dispone de un procedimiento para reducirle la cabeza a un tamaño muy pequeño, sin desfigurar sus rasgos. He visto cabezas reducidas al tamaño del puño de un hombre y una vez tuve en mis manos, la de una muchacha, la más hermosa que he visto jamás, porque parecía dormida. Cuando me cansé de llevar tan fúnebre carga, se la regalé a un conocido, lo que no he cesado de lamentar desde entonces”.
Después de abandonar Quito, los “viajeros” cruzaron el Ecuador para llegar a Colombia y luego a Bogotá. Insólita aventura significó sortear el “río de los cocodrilos”, incidente tras el cual arribaron a Cartagena. Desde allí cruzaron el canal de Panamá, a bordo del barco holandés “Crynsson”, diciéndole desde cubierta un temporario adiós a Sudamérica.
En sus escritos posteriores Aimé Tschiffely ha puesto especial interés en demostrar a todos cómo cruzó el canal de Panamá. Dos esclusas –Gatún y Pedro Miguel- Cada una tenían una puerta muy grande, al nivel del agua y cuando estaban cerradas, podían pasarse con un automóvil pequeño. Todas las otras puertas de esclusas tenían caminos por donde los peatones podían caminar sin peligro. Las de Gatún y Pedro Miguel eran frecuentemente utilizadas por el ejército para pasar caballos. Por ahí lo hizo, utilizando el “ferryboat”.
Al hacer el cruce del canal, Mancha dio señas de estar sentido en una pata trasera. Al examinársele, se comprobó que había un corte profundo bajo la cuartilla. Como al llegar a Gallard el caballo estaba muy rengo, aceptó Tschiffely la hospitalidad del cuartel, permaneciendo allí hasta que Mancha curó.
Con cinchas y estribos nuevos, con alforjas nuevas también y con herraduras relucientes en sus cabalgaduras, el viaje se reinició hacia el oeste, ahora rumbo a Santiago. Desde ahí pasaron a David y luego a Concepción, para entrar en la zona de los bosques conocidos como el “laberinto verde”. De esta travesía escribió luego el viajero, con singular patetismo la matanza de los monos, episodio que lo hizo sentir un criminal común por haber participado de él y que lo alejó del típico plato de “mono adobado” que le ofrecieron luego. Alejarse, claro, hasta que sintió apetito y se lanzó desaforadamente a comer monos, como jamás soñó hacerlo…
San Salvador y Guatemala fueron sucesivos mojones al cabo de meses de marcha. En esta última, un clavo mal puesto en una herradura de Gato, le provocó un agudo abceso. Y en Tapachulá, repetidas coces dadas por una mula atada a su lado, le dejó una rodilla imposibilitada para continuar la marcha. Tschiffely le curó durante un mes, y al cabo se había puesto tan grave que alguien que lo vio, habló de sacrificarlo. Inmediatamente se comunicó con la Embajada argentina en México y valiéndose de ella, lo envió por tren, continuando solamente con Mancha, que durante días lanzó lamentos por su compañero ausente, muy similares a los que éste había emitido, cuando el tren se puso en marcha camino a ciudad de México.
Para suplir la ausencia de Gato, Tschiffely adquirió dos caballos, los que luego regaló a un guía, antes de llegar a la capital azteca. Y tras los últimos hitos, que fueron Tehuantepec y Oaxaca, entre las ciudades más importantes, llegaron a ciudad de México.

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