martes, 7 de octubre de 2014

CAPÍTULO IV

Tras el percance de las ovejas, donde volvieron a salir malparados, ya que los pastores no solo propinaron una gran paliza a don Quijote, sino que también le robaron, al bueno de Sancho, las alforjas donde llevaban la comida.
La noche se les echó encima y la oscuridad envolvió el campo. Los sonidos, que hasta aquel momento eran de cigarras y gorriones, cambiaron por los de los grillos y algún que otro búho. Repentinamente, vieron acercarse por el camino a un gran número de lumbres, que les parecieron estrellas en movimiento, y que causaron el asombro en don Quijote y Sancho, que detuvieron las cabalgaduras para quedarse boquiabiertos mirando atentamente lo que podía ser aquello.
Advirtieron que las lumbres se iban aproximando hacia ellos, y mientras más se acercaban mayores parecían. Por lo que Sancho comenzó a temblar de miedo, a la par que los cabellos se le erizaban a don Quijote.
—Esta, sin duda, Sancho, debe de tratarse de otra peligrosa y gran aventura, donde será necesario que muestre todo mi valor.
>>Aunque sean terribles fantasmas, no consentiré que te toquen un pelo de la ropa.
Al poco tiempo descubrieron una multitud de personas ocultas bajo una túnica negra y montadas a caballo, que aterrorizaron tanto a Sancho que los dientes empezaron dentellearle como si estuvieran en pleno mes de diciembre.
Detrás de los caballeros fantasmagóricos se descubría una litera cubierta de negro, a la que seguían otras tantas cabalgaduras. Iban los componentes del grupo rezando una oración en voz baja y, don Quijote imaginó que la litera llevaba algún caballero mal herido, cuya venganza a él solo estaba reservada. Por lo que decidió prestarle su ayuda llevando a Rocinante a mitad del camino para interrumpir el paso de la comitiva. Cuando los vio de cerca alzó la voz y dijo:
—Deteneos, caballeros, quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quiénes sois, de dónde venís, adónde vais y que es lo que portáis en el palanquín. Pues si es lo que imagino, vengaré al caballero cautivo.
Los caballeros fantasmagóricos no prestaron oídos a don Quijote, pasando de largo. Por lo que nuestro caballero se enfureció y arreó su caballo, arremetiendo contra uno de los enlutados, al que derribó hiriendo en el rostro.
Mientras tanto, el resto de la comitiva que no eran fantasmas sino sacerdotes, que portaban a un caballero muerto, salieron en estampida, pensando que don Quijote no era un hombre, sino la imagen del mismo diablo.
Todo lo miraba Sancho desde lo alto de una roca, asombrado del valor de su señor, y decía para sí: “Sin duda, este mi amo es tan bravo como él dice”.

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