Desde
el páramo en el que Parker detuvo el automóvil se podía distinguir
el mar en la distancia, era impresionante el espectáculo que se
divisaba, por una parte las sierras colindantes envueltas de pinares
y chaparros de diversas tonalidades verdosas. Más allá, antes de
que la línea del horizonte confundiera el cielo con el mar, se
observaba una vega fructífera de los más variados productos
tropicales: mangos, papayas, chirimoyos y aguacates. Que astucia,
pensó Clint mientras encendía un nuevo cigarrillo, la del primer
agricultor que cambió la siembra de lechugas por aguacates y las
patatas por chirimoyos, seguro que sus vecinos lo tomaron por loco.
No le dio tiempo al cigarrillo a consumirse, antes de que ocurriera descapotó el mercedes y reemprendió la marcha. Ahora la carretera descendía conformando un conjunto de curvas zigzagueantes que hacían derrapar levemente al automóvil. El aire era suave como el cabello de una adolescente y se empezaba a percibir el aroma iodado costero. Clint sintió renacer un estremecimiento de congoja, al que rápidamente fulminó pensando nuevamente en el pasado.
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