El Mini tomó la bifurcación colindante a la entrada de la ciudad, y en vez de dirigirse hacia el casco urbano, enfiló una carreterita que llevaba a los acantilados. Clint conocía a la perfección el lugar, la mayoría de los veranos, desde que estaban juntos, los pasaban tomando el sol en las playas cercanas. Fueron vacaciones inolvidables, en las que el único menester era descansar, tomar el sol y compartir “pintas” con los amigos.
Cuando llegaron a las estribaciones del primer acantilado, Clint detuvo el automóvil junto a la entrada de un caminito de tierra y despertó a Marguerite, ella lo miró con ojos vidriosos mientras le sonreía.
>>-Hemos llegado mi amor, deja que te tome y te lleve en brazos hasta el mirador.
Clint caminó una centena de metros con su esposa en brazos, apenas pesaba, había perdido mucho peso. Cuando llegaron al acantilado, el viento era impetuoso pero no fue problema ambos conocían un murallón de rocas donde protegerse. En él en más de una ocasión habían hecho el amor, al abrigo del sol y como fondo de sonido las olas del mar estrellándose en las abruptas piedras. Tras depositar a Marguerite en la improvisada solana, extrajo de su mochila un pequeño termo y le sirvió un té. La joven pareció recomponerse tras el primer trago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario