A eso de las 11.30 quedamos un grupo de amigos en realizar una ruta a caballo desde el picadero de Diego Romero en Láchar. A pesar de ser mediado de noviembre, para más señas 12, el día era espléndido casi primaveral.
Cabalgamos durante unos cientos de metros a través de las urbanizaciones del pueblo, yo lo hice junto a mi amigo Joaquín Romero, que había acudido a mi cita junto a su esposa y su hermano Juan. Ambos, a su vez, habían invitado a un grupo de amigos encantadores y pletóricos de ilusión por saber que se siente a lomos de un caballo.
Tras dejar atrás las últimas viviendas del pueblo nos adentramos en la Vega de Granada, la misma que siglos atrás describieran los musulmanes granadinos como el mayor vergel del mundo conocido. El campo estaba espectacular, la lluvía de los últimos días había acentuado la belleza de sus plantas, deslumbrándonos unas hazas de esparragueras asilvestradas con suaves tonalidades otoñales.
Cabalgar sobre mi jaca alazana es toda una delicia, imagino que cabalgar sobre cualquier caballo lo es, sobretodo si lo haces con un fondo tan exclusivo como el de Sierra Nevada y sus picos Veleta y Mulhacén blancos, fruto de las primeras nieves. Así me lo hizo saber la esposa de Joaquín, embelesada del momento y disfrutando del caballo de pelo pío sobre el que cabalgaba.
Fueron dos horas de paseo, que supieron a poco, pues no todos los días se tiene la fortuna de cabalgar entre pinares, percibiendo el olor único de sus hojas; escuchar el sonido del viento en la lejanía; observar el vuelo estático del cernícalo, oteando desde el cielo a una posible presa...
Cuando finalizó la ruta, dejamos los caballos en sus cuadras y fuimos a almorzar a un mesón cercano. En él, nos prometimos volver a repetir la experiencia próximamente.
Mientras ese día llega, yo seguiré cabalgando sobre Duque explorando nuevos caminos que mostrar a todos aquellos que deseen soñar a lomos de un caballo.
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