Albano Lupo fue durante muchos años el patriarca de la familia, era un hombre sencillo para el que no había en la vida nada más importante que tener hijos. En sus dos matrimonios había alcanzado el número de quince y todos habían vivido, ni las epidemias, ni la carestía de la vida habían logrado mermar la salud de aquellos Lupo. Todos eran de un espíritu y fortaleza inquebrantable, posiblemente pensaba don Albano, el apellido hacía honor a la casta indeleble de los miembros. La familia vivía en una casona a las afueras de Pachino, había sido edificada en piedra varias generaciones atrás. Al principio, recordaba don Albano, fue una chozuela en donde nuestros abuelos subsistieron durante años, posteriormente, los descendientes fueron ampliándola construyendo habitaciones, plantas y cobertizos.
De entre todos los hijos que don Albano había tenido en sus treinta años de matrimonios, era su hija Selena el bien más preciado que poseía; nada había en el mundo que pudiera igualar el amor de aquel padre hacia la benjamina de su progenie. Había nacido cuando don Albano contaba con cincuenta y tres años, y desde el día de su nacimiento siempre tuvo predilección por ella, tanto fue así, que cuando la joven finalizó sus estudios secundarios, el patriarca de los Lupo decidió vender un terreno familiar para costear la carrera de magisterio a Selena. Así, unos años más tarde la joven se convertía en el primer miembro de la familia Lupo que poseía una carrera universitaria.
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